15 de abril de 2013

La mujer enferma cava una tumba en el mar



Luna es una niña sentada en la tierra húmeda. Escribe con los dedos sobre los surcos que la lluvia deja. Ha venido a contarnos qué sabe de la muerte porque alguna vez la vio asomar por la ventana. Y posó sus ojos sobre ella. Y quedó grabado su recuerdo. El recuerdo de una sombra apenas intuida que ella describe con versos y silencio.

Y yo he venido a contaros sobre una tumba cavada en el mar. Una profunda tumba que más que cadáveres, guarda miedo. A contaros sobre La tumba del marinero. Me resulta difícil escribir sobre un libro que rebosa intimidad. Porque este poemario no se parece a los otros, Luna. Aquí vemos la arquitectura de tu obsesión. Te vemos por dentro y duele. Vemos tus costuras. La muerte no puede ser experimentada ni por los vivos ni por los muertos pero sí por los enfermos. Ahí, el camino. Entre la enfermedad del cuerpo y la del alma. Decir enfermad es decir locura. Te diré que morir no nos hace eternos. Escribir, sí.

Que nazcan pájaros de esas gotas, Luna. No hijos. El hijo es el poema. Que de tu sangre nazcan pájaros. Alas. La soledad del loco. La soledad del enfermo. Que de tus gotas de sangre oscura nazcan versos y los eches a volar. Que sabes bien: para hablar del mundo solo necesitas conocer la palabra muerte.
Yo estuve en el velatorio de mi abuela. No vi su rostro muerto y sus ojos cerrados tras un ataúd nacido de un árbol. Me gusta imaginármela hablando. Con sus ojos brillantes y su boca abierta sin dejar de decirlo todo. La palabra como cura. El verso que sana. Si para que tu madre viva le tienen que abrir la boca, es porque la vida es el poema. Y lo sabes, Luna. Tú no escribes a la muerte. Tú escribes a la vida para que los tuyos no desaparezcan.

Tienes cicatrices, ¿no las ves? Mira tus dedos. Están ahí. Pequeñas, diminutas cicatrices en las yemas de tus dedos. El miedo afecta a la piel de los párpados y a los ojos por dentro. Si te enfermas, se hunden. Y comienzan una vida más allá de tus cuencas. Una vida más adentro donde dejas de sentirlos si tienes miedo.

Estás desnuda y cubierta de tierra. Has dejado que la lluvia moje tus palabras y ahora el peso del barro sobre tu rostro no te deja ver el cielo. Tu cuerpo. Todo tu cuerpo huele a tierra. Tú que eres joven y todo lo tienes, ¿por qué te lamentas? No llores. Todos tememos a la muerte.

Tus poemas son un canto a la infancia que se desvanece a medida que la enfermedad literaria te posee. Ya no somos niños. Temes no cantar más las penas de la última infancia. Es el óxido quien todo lo destruye. La infancia y los sueños. Pero no el miedo. El miedo queda anclado en el fondo de tu cuerpo y la herrumbre se propaga como metástasis.

Eres tú la que arrastra tierra y polvo a estas páginas. Hay un pájaro azul en tu corazón que quiere salir. Recuerda: de la sangre brotarán las alas. La sangre no duele en el cuerpo, ¿por qué sí fuera de él? Luna, la sangre duele fuera del cuerpo porque no es tuya. Porque es de ella. De los otros. Quizás preferirías que fuera tu propia sangre la que doliese adentro del cuerpo, así tendrías la certeza de tu propia muerte. La certeza de que los otros viven por ti.

Dices que es otra mujer la que te habita. Eres tú el fantasma que se mira en el espejo. La niña herida, la niña sabia que recita versos en la cama. Existes, entonces, luego tiemblas. Existes en el poema. Niña enferma, niña pálida.

Ahora lo sabes: la muerte nos cambia por dentro. Sobre todo a los que seguimos vivos. ¿Qué es el fin del mundo?, te preguntas. El fin del mundo debería ser estar tumbado en la arena frente al mar leyendo poemas. Porque también la vida empieza en los hospitales y termina en el mar.
Niña sangrante, niña triste. Dices: mi madre no me leía La Ilíada sino La Odisea. ¿Cómo voy yo a leerte La Ilíada, Luna? ¡Es un libro demasiado sangriento para una niña pequeña! ¿Demasiado sangriento? ¿Demasiado sangriento? La sangre es el néctar de los poetas. Es tu voz. La voz dulce y paciente. La voz que guarda el poema. La voz sana. Tu voz, sana.

¿Qué significa quedarse solo? Significa hacerse preguntas. Temblar. ¿Te imaginas volver a nacer? Ser feto. Bebé. Niña rara. Volver a empezar. Luna, sé que ahora todo da miedo. La destrucción y el amor. ¿Dónde están los brazos? Esos brazos que acunaban a la niña que hay en ti.

Tu geografía sentimental es la geografía del poema. No importan Madrid, Almería o Barcelona. Porque tu mente es el estómago de un gato callejero que habita en cualquier parte. Importan las ganas. Tus ganas de mil migajas de pan. Tu hambre de vida.

Dices: No hay tumba. Esta es mi tumba. Has cavado tu tumba en el mar junto aquel ancla oxidada. Siempre has estado allí. Clavada en el fondo del poema.

Luna, no tengas miedo, tú nunca tendrás la enfermedad de tu madre. Quisiera susurrarte que no temas. Que tu cuerpo no es su cuerpo. Lo sabes, tú no estás enferma de muerte, sino de literatura. Quisiera protegerte. Leerte cuentos al oído y decirte: Todo saldrá bien.

Has mirado a través de los ojos de la muerte. Y has venido aquí con tu libro azul entre las manos para decirnos: Tomad, esta es mi vida, leed todos de ella. 



La tumba del marinero, Luna Miguel. La Bella Varsovia, 2013. 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Increíble.
Rodrigo.

josemrnnuño dijo...

Leo_._Descansa la Mente_Tiempo de Mar_Suave Perplejidad del Conocer_Detiene la Palabra en Circulo de Boca en Aire-Puente-Primero_._Mano de Inmensidad Retoma la Letra en Poema sobre Blanco_._Persiste la Percepción en Ángulo_Verbo_::_