Este libro debería haber sido un poema
que nos recordara a todos, que nos recordara siempre que debemos volver a Comala, encontrar a nuestros padres, perdonarnos. Que somos nietos, todavía errantes, de la tierra arisca en la que crecimos de Juan Rulfo, nietos de Maples Arce. Y que sólo la poesía puede cobijar el cuerpo carcomido y brutalmente agraviado de México. Sanarnos. Volver a decir / a decirnos:
somos la consecuencia de nuestra historia, somos exactamente nuestro tiempo. Todo lo que hemos dicho de nosotros mismos. Y hoy, nuestro legado nos ahoga.
Precisamente por esto: debemos seguir escribiendo.
Para inventarnos no el modo de guardar lo sucedido, sino todas las formas en que nos lo hemos contado, con las que hemos necesitado imaginarlo, con las que hemos querido entender, una y otra vez, quiénes somos. Escribir para hilvanar la memoria de lo que hemos venido construyendo de nosotros mismos hasta el día de hoy. De todo lo que hemos inventado sin saber la verdad.
De modo que ésta es la narración del mundo que hemos escrito para habitarlo.
El texto que somos.
Y es un íntimo poema en mí.
Epílogo de Campos de amapolas antes de esto, Lolita Bosch.
Yo quisiera algún día llegar a escribir así. No sé cómo. Pero escribirlo. Todo. El poema que hay en mí. La novela de mi familia que hay en mí. Inventar palabras para rellenar los huecos de la historia. Inventar sin saber del todo la verdad. Hilvanar la memoria para construirme.
No hay comentarios:
Publicar un comentario