4 de octubre de 2012

Un café con Sucunza





De escritores pamplonicas que hablan catalán. De veinteañeras que tienen ganas de tomar un café con Sucunza. De la actitud contemplativa. De los dietarios que abandonan el mundo de la autocompasión para engendrar la risa.

El otro día estaba en la Fnac de Sevilla viendo novedades como tantos otros días y fui a dar con un libro del que desconocía su existencia. La tienda y la vida de Isabel Sucunza editado por Blackie Books. Atraída por el rojo de su portada y un nombre que, de alguna manera, me recordaba al título del último de Mendoza El enredo de la bolsa y la vida, comencé a leerlo para pasar el rato. Y casi me lo acabo allí. Decidí llevármelo a casa sobre todo porque me hacía muchísima gracia.

Cuando llegué a casa lo dejé junto al resto de novedades que he ido comprando y depositando para su posterior lectura en el suelo de mi nueva habitación (señores, ¡qué escándalo! No tengo estanterías). Después de terminar Piel roja y El año del pensamiento mágico en los últimos tres días, me he leído de un tirón a Sucunza. He decidido llamarla así, por su apellido porque presumo por sus palabras que ella lo preferiría así. Porque a Vila-Matas no lo llamamos Enrique ni a Josep Pla, Josep. Por eso yo quiero nombrarla Sucunza a secas.

Me tomaría un café con Sucunza. Un café de esos que duran cinco horas sin que te des cuenta para hablar del independentismo catalán, de Manguel, de libros, series y camisas. Pero sobre todo para que me contara cómo ha podido avanzar en la lectura de Proust. Yo he de confesar que este verano lo intenté con el primer volumen y a las cincuenta páginas tuve que dejarlo. Días más tarde leí en la última novela gráfica de Alison Bechdel ¿Eres mi madre? que llegar a la madurez significaba aceptar la idea de que nunca leerás a Proust. Y aquella afirmación trajo todo el consuelo que necesitaba tras el temps perdu.

Pero seguimos con Sucunza. No la conozco. No sabía nada de ella hasta hace tres días, pero voy a hacerme fan en su blog, qué remedio. Porque me he quedado con ganas de más. Muchas más ganas de seguir su vida. Será porque en el fondo no importan las lecturas de una que siempre hay alguien que despierta el cotilla que llevamos o dentro. O quizás porque Sucunza consigue hacer atractivo y fantástico el más nimio acontecimiento en una tienda de ropa masculina. Y darle vueltas a los tópicos.

Ahora me voy a practicar eso de la actitud contemplativa. Que sí, que lo he leído en La tienda y la vida, que lo dice la propia Sucunza, que mirar el gotelé puede llegar a producir más satisfacciones que la tele. Y eso no me lo perdonaría nunca encerrada como estoy entre cuatro hermosas paredes blancas de gotelé sin estanterías.

Sucunza, queremos más.  

3 comentarios:

Mr. K dijo...

Sobre todo, cierra los ojos inmediatamente si de repente crees que el gotelé te empieza a hablar.
¡Gracias!
Isabel

Carmen G. de la Cueva dijo...

Lo tendré en cuenta! Gracias por pasarte por aquí ;)

Ana Palacios dijo...

Tiene muy buena pinta... Solidez literaria y mucha frescura a la vez... ¡Me lo llevo!