Desde que me encontré esta tarde al doble de Fernández Mallo sirviéndome patatas fritas en L.A. Finger Food en Praga, todo ha sido algo extraño. Hay días en los que cambio de humor unas cinco veces. La frustración persiste en la mayoría de ellos. Entramos en la librería y lo primero que vi fue la edición inglesa de 2666. Justo al lado de Pynchon. El resto no merecía ni siquiera acariciar los lomos con los dedos. Buscamos la lonely planet de Washington. Sí. Porque probablemente será la próxima ciudad que me dará asilo. Quedan unos meses para eso pero mis alas comienzan a sentirse incómodas. Cuando hemos separado nuestros caminos y estaba subiendo del metro a la calle en las escaleras mecánicas, no he podido evitar sacar el libro que llevo leyendo los últimos días. “Hay algo espantoso en la idea misma de ciudad; se tiene la impresión de que sólo podemos aferrarnos a imágenes trágicas o desesperadas”, leo. Volvía a ser Perec el genio. Las ciudades. La ciudad ahora convertida en una sucesión de pérdidas. Extraños. Extranjeros. Y luego yo como si fuera distinta del resto. Como si sentirme diferente me salvara. Me he sentado en la parada del tranvía y he seguido leyendo el libro. Absorta en mi lectura he subido al 26, he llegado a Letenske Namesti y he seguido parada en la plaza a las puertas del supermercado terminando el capítulo. Cuando he alzado la vista, la señora con sangre en la nariz que recorre los alrededores de la plaza por las noches estaba ahí. Estaba recogiendo colillas de la papelera más cercana a la entrada al supermercado. Cada vez que la veo me pregunto cómo habrá llegado a ese punto y por qué no se quita la sangre repegada de la nariz. Por qué le gusta oler a sangre. No puedo entenderme con ella. En este país no puedo hacerme entender con aquellos que hablan exclusivamente checo. Casi todos. Ni siquiera sé si hablaría con esa mujer si la encontrara en Sevilla, pero cuando te vas lejos y llevas tres años cambiando de país, te sitúas en otra perspectiva, supongo. Aunque reconozco que después de lo visto y vivido en el DF han dejado de asustarme mucho las ciudades. Entré en el supermercado y compré una barra de pan tan larga que no había bolsa que la cubriera. Al salir, detenida en el eterno semáforo que debo cruzar para llegar a casa, he pellizcado la barra. Llevada, quién sabe, por una especie de inocencia infantil y una nostalgia acostumbrada, he pellizcado la barra y he comido pan como si fuera la primera vez y estuviera en casa. Sé que nada tiene de especial, pero comer pan a mordiscos mientras cruzas un paso de peatones en una ciudad como Praga, puede hacerte querer escribir. Escribir, sí. Ese ejercicio que me hace feliz y que practico últimamente poco. Se nota. Me digo que mi vida ha cambiado mucho en los últimos meses. Ahora existe Miguel. Vivimos juntos. Eso lo cambia todo. Creo que he tirado por tierra todas las teorías de Virginie Despentes desde que conocí a M. Y no me importa. Pero necesito escribir. Y como decía Virginia Woolf, se necesita un cuarto propio. Hay ruido en todas partes. A veces hace frío y el miedo te paraliza. El estómago se me llena de polvo. Y la historia no se acaba nunca. Quiero escribir. No tengo tiempo. Si busco tiempo no quiero escribir. Cuando escribo nada me sale como quiero. Creo que he leído poco para saber escribir. Quiero leer más. Pero no tengo tiempo. Sí. Tengo tiempo. Pero se lo dedico a él y a un trabajo de ocho horas en una embajada. ¿Y si eso es la excusa? ¿Y por qué esa indignación constante cuando leo blogs, revistas y últimos poemarios? ¿Por qué no encuentro algo cuyos latidos me estallen en el pecho? Bolaño, sí, después de Bolaño nada ha vuelto a ser lo mismo. Pero ahora necesito leer a Panero. Cernuda. Celan. Releerlos. Y sentirme menos sola. Sé que no lo estoy. Ahora está M. Siempre estuvo Ulises. Pero sigue faltando algo. Hay una insatisfacción constante. Una lucha. Existe la literatura. El periodismo. La política. Quizás se me ha olvidado lo más importante: la necesidad de escribir. Borraría este texto ahora mismo. Pero tengo frío. Y necesito que llueva. Esta es la entrada de un diario escrito. Me quiebro.
MUERTE DE LA POESÍA
Como la piedra el poema es mortal
Rayo de luz en la luz
Crepitar de sapos
Mientras tu boca agoniza
Y se ve cómo muere el poema.
L. M. Panero
6 comentarios:
Es inevitable: cuanto más se lee, más crítico se es con la propia escritura. Nunca estamos a la altura de nuestras propias expectativas y eso paraliza completamente. Hace falta un arranque, una chispa... algo. Quiero leer a Perec. Y quiero 2666. Y un montón de señores más de esos que te cambian el transcurso de las ideas. De esos señores que, mientras los lees, te esconden de la mediocridad. Te hacen un pelín mejor.
El trabajo, la pareja, la vida en general, no son una excusa pero sí un impedimento. Llega ese punto en que no se puede estirar más el tiempo porque se rompe. Ese punto en que lo más maravilloso que te puede pasar es estar cinco minutos mirando la televisión apagada o dejar que un trozo de pan se deshaga en la boca.
No hay que exigirse tanto. La vida, antes de escribirla, hay que vivirla. Pero siempre se agradece tener un texto tuyo que leer.
Un abrazo.
La escritura es una conversación con lo que conocemos y hemos leído, dijo el otro día Miguel Nieto. Me gustaría pensar que yo también la hago sentirse un poco menos sola, aunque sea un poco remoto, como una de esas estrellas que han muerto pero que todavía nos bañan con su luz. ¿Entonces? Escribir. Y escribir para sanar.
Anais, gracias por tu comentario, es muy gratificante cuando alquien te lee con atención y comenta de forma sincera, sin querer ser otra cosa que uno mismo. Ha sido una suerte encontrarte a través de Koult. Ojalá que podamos compartir lecturas, textos y visiones.
Es cierto, me exijo demasiado y siempre llevo demasiadas cosas a la vez, pero vivo la vida, vivo la vida más que la escribo. Tenemos que tomarnos un café en Praga. No dejes de venir aquí.
Poeta en llamas, escribir sana y no hacerlo, enferma. A veces, incluso, ocurre al revés. Nos veremos pronto, pronto. Estaré en el sur a principios de mayo. Gracias por tus palabras cómplices.
Yo también me alegro mucho de haberme topado contigo. Y descuida que las calles de Praga me verán antes de que acabe 2010 para tomar ese café, tal vez, en la cafetería de la estación...
Hasta entonces, por aquí te sigo. Un beso.
No te quiebras, Carmen, cambias. Y eso me choca, pues tú siempre has vivido a lomos del cambio, pero sin buscar satisfacer ni llegar, casi diría que sin mirar atrás ni comparar. Pero no me preocupas... ya escribirás mañana lo que estás viviendo hoy. Es tu destino.
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