16 de marzo de 2010

Mi corazón es una casa helada en el fondo del invierno


Vivía solo sin gato. Se levantaba diez minutos después de que sonara el despertador y dejaba que la ducha le regara el cuerpo tan pronto como despertaba. Tenía dos obsesiones: la felicidad y la búsqueda de citas reveladoras en los libros que leía. Siempre pensó que a través de la lectura se le vería revelada la auténtica condición humana. Trabajaba en casa y podía disponer de las horas a su antojo. Todos los días a las 9h. desplegaba sus manos sobre las estanterías al amparo azaroso de dos, tres, cinco y hasta seis volúmenes gastados. Efectuaba ese ejercicio frugalmente como si se tratara de una aproximación a la intimidad del hombre que le daría a conocer su propia fragilidad, su negatividad, su dolor y lo alejaría de un mundo sin sentido, de una soledad infinita. Agarró uno entre los dedos, lo apoyó en el muslo; las páginas roídas por los bordes, perforadas de minúsculos túneles atravesando el papel, de un color anaranjado debido a la humedad y al tiempo. Se detuvo en una de las últimas páginas y leyó el párrafo final:

Pedí tan poco a la vida y ese mismo poco la vida me lo negó. un haz de parte del sol, un campo próximo, un poco de sosiego con un poco de pan, no pesarme mucho el saber que existo, y no exigir nada de los otros ni ellos nada de mí. esto mismo me fue negado, como quien niega la limosna no por falta de buena alma, sino por tener que desabrocharse la chaqueta. Escribo, triste, en mi cuarto tranquilo, solo como siempre yo he estado, solo como siempre estaré. y pienso si mi voz, aparentemente tan poca cosa, no encarna la sustancia de millares de voces, el hambre de decirse de millares de vidas, la paciencia de millones de almas sometidas como la mía al destino cotidiano, al sueño inútil...

En aquel momento supo que la eternidad había quedado decapitada en un instante. Entonces, se acercó al cristal, miró al exterior y no vio nada.

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