De
escritores pamplonicas que hablan catalán. De veinteañeras que tienen ganas de
tomar un café con Sucunza. De la actitud contemplativa. De los dietarios que
abandonan el mundo de la autocompasión para engendrar la risa.
El otro día estaba en la Fnac
de Sevilla viendo novedades como tantos otros días y fui a dar con un libro del
que desconocía su existencia. La tienda y
la vida de Isabel Sucunza editado por Blackie Books. Atraída por el rojo de
su portada y un nombre que, de alguna manera, me recordaba al título del último
de Mendoza El enredo de la bolsa y la
vida, comencé a leerlo para pasar el rato. Y casi me lo acabo allí. Decidí
llevármelo a casa sobre todo porque me hacía muchísima gracia.
Cuando llegué a casa lo dejé
junto al resto de novedades que he ido comprando y depositando para su
posterior lectura en el suelo de mi nueva habitación (señores, ¡qué escándalo!
No tengo estanterías). Después de terminar Piel
roja y El año del pensamiento mágico
en los últimos tres días, me he leído de un tirón a Sucunza. He decidido
llamarla así, por su apellido porque presumo por sus palabras que ella lo
preferiría así. Porque a Vila-Matas no lo llamamos Enrique ni a Josep Pla,
Josep. Por eso yo quiero nombrarla Sucunza a secas.
Me tomaría un café con
Sucunza. Un café de esos que duran cinco horas sin que te des cuenta para
hablar del independentismo catalán, de Manguel, de libros, series y camisas.
Pero sobre todo para que me contara cómo ha podido avanzar en la lectura de
Proust. Yo he de confesar que este verano lo intenté con el primer volumen y a
las cincuenta páginas tuve que dejarlo. Días más tarde leí en la última novela
gráfica de Alison Bechdel ¿Eres mi
madre? que llegar a la madurez significaba aceptar la idea de que nunca
leerás a Proust. Y aquella afirmación trajo todo el consuelo que necesitaba
tras el temps perdu.
Pero seguimos con Sucunza. No
la conozco. No sabía nada de ella hasta hace tres días, pero voy a hacerme fan
en su blog, qué remedio. Porque me he quedado con ganas de más. Muchas más
ganas de seguir su vida. Será porque en el fondo no importan las lecturas de
una que siempre hay alguien que despierta el cotilla que llevamos o dentro. O
quizás porque Sucunza consigue hacer atractivo y fantástico el más nimio
acontecimiento en una tienda de ropa masculina. Y darle vueltas a los tópicos.
Ahora me voy a practicar eso
de la actitud contemplativa. Que sí, que lo he leído en La tienda y la vida, que lo dice la propia Sucunza, que mirar el gotelé puede llegar a producir más satisfacciones
que la tele. Y eso no me lo perdonaría nunca encerrada como estoy entre cuatro
hermosas paredes blancas de gotelé
sin estanterías.
Sucunza, queremos más.
3 comentarios:
Sobre todo, cierra los ojos inmediatamente si de repente crees que el gotelé te empieza a hablar.
¡Gracias!
Isabel
Lo tendré en cuenta! Gracias por pasarte por aquí ;)
Tiene muy buena pinta... Solidez literaria y mucha frescura a la vez... ¡Me lo llevo!
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