27 de junio de 2012

Préstamos de verano



Ayer, como cada semana, fui a la biblioteca de mi pueblo a devolver y sacar libros. Es uno de mis momentos preferidos del verano. Cuando la gente duerme la siesta y las calles se quedan vacías por las tardes, yo me encamino a la biblioteca para elegir algunos de los libros que leeré en verano. Suelen ser clásicos o libros que siempre he querido leer. Este verano voy a intentarlo con Javier Marías y Mañana en la batalla piensa en mí. Un autor al que siempre le he tenido cierta manía, quizás por sus artículos en el EPS que me resultan pretenciosos la mayoría de las veces. También voy a volver a Milan Kundera con La identidad después de leer hace muchos años La insoportable levedad del ser por recomendación, precisamente, de la bibliotecaria de mi pueblo. Y por qué no con Ian McEwan y Expiación. Y por si fuera poco, también había alguna novedad que he podido traerme a casa como Los peces no cierran los ojos de Erri De Luca y, de nuevo, Javier Marías y Los enamoramientos. Y esa gran novela de Mann que renuevo quincenalmente La montaña mágica

Me gustan las listas. Las listas que yo misma hago donde me propongo lecturas. Claro, estas listas son simplemente orientativas y por mi bien procuro saltármelas con frecuencia. Porque nunca me gustaron las imposiciones ni los must read books. Ahora que trabajo en una librería puedo permitirme traerme a casa algunas novedades editoriales que añado a mis lecturas veraniegas como Delhi no está lejos de Ruskin Bond, Jamás el fuego nunca de Diamela Eltit, El libro uruguayo de los muertos de Mario Bellatín y Lo solo del animal de Olvido García Valdés. 

Y en casa tengo algunos pendientes desde hace semanas, incluso meses, como El mapa y el territorio de Houellebecq (que a este paso me lo voy a leer cuando vaya a publicar el siguiente), Prosas apátridas de Julio Ramón Ribeyro, Améxica de Ed Vulliamy y Mundos de Gertrud Kolmar, Poesía última de amor y enfermedad de Lois Pereiro,  Bajo la tierra de Jirí Orten y Poesía completa de Idea Vilariño. Y en la mesilla también reposa la reedición de Miedo de ser escarcha de mi admirado amigo y poeta David Eloy Rodríguez. Sin duda, mi recomendación poética del verano. ¡Ah! Y que no se me olvide Un soplo de vida de Clarice Lispector que M. me trajo de la biblioteca pública de Mérida.

Y a la lista de la biblioteca, la de novedades, la de pendientes, tengo que sumar los libros que me voy descargando en el kindle y añado a mis lecturas veraniegas como Los mutilados de Hermann Ungar, Confesiones de un burgués de Sandor Marái, Sótanos de Andrés Torres Guerrero, Cocaína de Julián Herbert, Una misma noche de Leopoldo Brizuela, Éramos unos niños de Patti Smith y Ha dejado de llover de Andrés Barba. 

Si a esta lista interminable le sumanos la bibliografía de mi tesina y todos aquellos libros que aparezcan de repente y no pueda evitar la tentación de ponerlos en mi lista, presupongo que pasaré la mayor parte del verano siendo feliz. Porque hay pocas cosas que me gusten más en este mundo que leer. Leer en el autobús, en la cama, en el trabajo fragmentariamente, en las horas muertas, en las madrugadas, en una tumbona mientras mi hermana pequeña se baña en la piscina del patio de mi casa. En mi nueva casa donde las habitaciones son frescas y huelen a infancia. 

Este será mi verano. Si no puedo llevarme los libros de vacaciones este año, que sean ellos los que me lleven a mí. Si siento el vacío y quiero buscar refugio ya sé dónde encontrarlo. Leeré en una ciudad ausente donde los transeúntes son cuerpos líquidos manchando el asfalto.


P.D.: Se admiten recomendaciones literarias y cinematográficas. 

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