24 de marzo de 2012

La geografía me salvó



Son días vulgares donde empezar a escribir no es sencillo. Puede que mi juventud pese tanto, tanto que no tenga nada que decir y sea mejor que no escriba. Sí, es eso. No quiero ser como esos jóvenes que piensan en voz alta y escriben todas las cosas tontas e insustanciales que se les pasan por la cabeza y hablan de pájaros y sexo y de un montón de cosas más que no le importan a nadie. Y se exhiben. Y se fotografían. Tal y como hago yo ahora. Siempre he valorado la práctica del silencio. Pero no tengo nada que contar. Todavía no, supongo. A quién le importa mi juventud que envilece. A quién le importa las ganas o no que tenga de escribir si siempre es el mismo tema. Estar solo y no saber qué escribir. Y no creer en mí. Qué mas da... si esto no lo lee nadie. Es mejor que me concentre en hablar de aquellas cosas que detesto. De mi trabajo alienante en el Cervantes, de la ausencia de oportunidades, de la pérdida de identidad. Hablaré de que no sé en qué me estoy convirtiendo. La pregunta de siempre. Quién soy. Ya ves que veintiséis años no son nada, pero duelen igualmente. Es mejor leer y callar. Y viajar. Viajar muy lejos. O encerrarse en una biblioteca. Que la soledad es necesaria. Se aproxima el mes más cruel. Mi último mes en Londres y ya noto sus efectos. Hoy quería escribir sobre las elecciones andaluzas, sobre la indignación que me recorre cuando leo artículos de veinteañeros nimileuristas que se quejan cuando sabes que hay alguna que otra familia que vive con menos. He venido a hablar de la sombra que es España y del miedo que me da volver. Pero mejor me callo y me voy con la incontinencia a otra parte. Salud.

2 comentarios:

Ana Salta dijo...

yo te leo. y me gusta hacerlo.

Carmen G. de la Cueva dijo...

gracias y bienvenida :)