30 de marzo de 2010

En el borde de una cama de latón




Sangre negra en las solapas. Todos los días sufro varias crisis de frustración. Todos los días me ilusiono diez veces. Ser periodista. Ser poeta. Ser política. Ser fotógrafa. Ser viajera. No ser. Nada. El problema no está en lo que escribo sino en todo lo que no escribo. Ahora leo a Piglia. Hemingway. Woolf. Rodolfo Walsh. Bolaño -él siempre-. Cada vez menos poesía. Lejos de los libros en mi lengua. Lejos de las librerías con sus lunas. Lejos de Oloixarac. Vila-Matas. Fresán. Lejos de todo aquello que quiero leer. Lejos de todo aquello que quiero escribir. Siempre estoy lejos y en cuanto vuelvo quiero irme. Empieza la cuenta atrás para mi regreso. Volver con la maleta llena de libros extranjeros. Libros robados. Tenessee Williams. Tolstói. Fante. Dejar atrás los desayunos en el Savoy. Porque un periódico español comprado en el extranjero al triple de precio nunca mereció tanto la pena. Él con sus labios de amante. Con su boca que nunca calla. No quiero irme. No quiero quedarme. Me queda mucho por ver. Berlín.


Gorriones cogiendo altura. Pero nunca es suficiente. Qué corta se me ha hecho la ciudad. Y qué larga será la espera. Y la lluvia. Seguro que extraño la lluvia. Los pies mojados. El pelo. El frío clavándose en los huesos. Los ojos fijos en los tejados. Robar libros sin él. Pasear por una Sevilla desértica. Quiero volver. Nos hemos quedado suspendidos. La ciudad está ausente y somos cuerpos líquidos manchando el asfalto. Escribir para qué. Escribir para quién. Dónde nacen las historias. Me pregunto si se me habrán acabado las historias. Puede que todo sea cuestión –o consecuencia- del desarraigo. Adoro las sombras de Praga. Alargadas. Por qué ya no escribes. Por qué ella ya no escribe.


Vouyerismo introspectivo. Me gusta seguir tus instrucciones. Cuerpo a cuerpo. Lengua a lengua. Hablar. No dejemos de hablar. Hablemos del amor en la oficina. De los dedos ágiles de nuestros amantes. De bocas sucias. Y lenguas fértiles. Digamos muerte. Hablemos de los súbitos impulsos del amor. Escribirlos. Precipitarse. Pensemos en los amantes. Sucios. Inexpertos. Gamberros. Tiernos. Enfermos. Jodientes. Infames. Hablemos de sus ridículos sexos. De lo poético de la muerte. Azules. Fogosos. Suicidas. Soy una mujer enferma.


Demasiada violencia. Soy culpable por combatir conmigo misma.



* El viaje de la literatura, como el de Ulises, no tiene retorno, Roberto BOLAÑO.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hay que dibujar los lazos. Ulises lo hacía sin darse cuenta. Los libros, los sexos y las oficinas comparten algo si lo miramos desde esa óptica.

Me desvío del tema.

Yo quiero abrazarte.

dediego dijo...

Luego no querrás irte. Está M. Y si no... Sevilla siempre estará aquí, congelada. Todos sus habitantes a punto de romper el paisaje. Y los insectos, lentamente, saboreando el espacio detenido.

pd: ¿facebook? ¿estás bien?

Ignacio dijo...

Berlin o Washington, en qué quedamos?