23 de agosto de 2009

Madrid mutante y circular.



Se ve casi todo Madrid desde aquí, ¿verdad? Me lo pregunto y no sé qué pensar después de diez años conociéndonos. Casi la mitad de mi vida. Justo después de acabar la lectura de una obra circular, quedo dormida. Y me veo caminando al borde de una carretera desierta saliendo del barrio sevillano de San Jerónimo. La recorro sin mirar atrás, sin temor, descalza sobre el arcén. Era un sueño circular, como algunas ciudades. Vuelve atrás una y otra vez al mismo punto de la carretera, pero al mirar atrás, cambia la ciudad. Sevilla, Madrid y una pequeña colina de no sé dónde con un hotel en la cumbre cercada por un incendio. Ahora no soy yo quien deshace el camino. Son dos amantes sin rostro que han ido hasta ese lugar para dejarse. Y los asedió el fuego. Madrid cegada, errada y encerrada por las calles que tropiezan con las calles. He despertado en la cama, a tientas y a media luz, queriendo saber qué hora era [16.41h]: mediodía en un roído domingo de agosto. Solitario. Sé que las madrugadas se inventaron para los inmortales y los moribundos. Y qué de los mediodías. Calles sin salida. Círculos estrechos. Y afuera, un olor vacío a errante. Queriendo rescatar los trozos de sueños que se mantenían aún dando vueltas por mi cabeza, -a veces, soy de memoria corta y, siempre, selectiva- he corrido a abrir el portátil y escribir unidades semánticas sin relación alguna. Imágenes, postales: chica sola que borra sus huellas/ repite el error de dormir/ siesta los domingos/ como si cada gesto, cada tacto/ no fueran más que elementos de sueño/ y la vida/ páginas sin escribir/ fragmentos sin final en la papelera. Escribir, existir: circular. No queda casi nada de los sueños. Que sí, ya lo escribió otro antes que yo. Todo está inventado. De ahí la frustración, la pereza, la impotencia de no escribir ni un párrafo que no acabe muriendo al final de la tarde. Y sé cuántas mentiras me quedan por contar. Lo peor son los silencios, los que se quedan clavados en el cuello, royendo la carne y las ganas. Y los que tú mismo buscas en los túneles que atraviesan las ciudades por dentro. Pienso en todas las ciudades que he recorrido, en todas las calles que me han dado asilo y lluvia, en las que no he fotografiado, en las que me he saltado líneas y párrafos. Páginas enteras se han quedado sin escribir por no saber a dónde mirar. Ni a quién. Tantos rostros, tantas manos y sólo quedaron los ruidos. Sé que el tránsito de las afueras al centro requiere el cruce ocasional y silencioso de las fronteras. Y el mundo derrumbándose durante las seis horas que te llevan al Sur o te alejan del centro. Los autobuses de noche atraviesan miedos y dudas con máscara. La ciudad inquietante se extiende y refleja el deseo que no volverá a brillar. El sueño de unos versos de tierra y guerra pide voz y auxilio. No sorprende descubrir algunas noches que no eres más que uno de esos pájaros que no se atreven a volar para no verse presos del movimiento perpetuo del tráfico. Hemos llegado al centro. El que está solo pide siempre las ventanas, también en los trenes y los aviones: tiene el mundo fuera.




[Cursiva de Circular, Vicente Luis Mora]


5 comentarios:

Maria dijo...

todas las ciudades son una.

bonito blog :)

Carmen G. de la Cueva dijo...

Gracias, María! Pásate por aquí cuando quieras...

dediego dijo...

Bah. Las metrópolis. Al final todos acabamos en el sur.

Carmen G. de la Cueva dijo...

los que no se mueven del sur claro que acaban en el sur...

dediego dijo...

he estado en otros sitios. en el norte, o al menos al norte de aquí. donde el frío, el jamón con melón.

y vuelvo al sur.