31 de marzo de 2009

Quedarse ciega de un escalofrío







Tengo miedo de mi voz

y busco mi sombra en vano.


Xavier Villaurrutia




Las paredes y los barrotes arden. No hubo más que luz para vestirme. Luz que araña por dentro y viene al encuentro nocturno entre dos desconocidos. Ciegos. Como un incendio en las entrañas, como el espejo que naufraga en otro espejo sin que ninguno de los dos sepa quién es la mecha y quién la fogata. Traguémonos la palabra. Sobre la agonía de mi lengua, la noche es un infinito túmulo de barro. Romperé los vasos que habitan el suelo y caminaré –descalza- sobre los cristales. La sangre llegará al mar. Y yo seré un espejismo de deseo sin más origen que la tierra. La luna degollará mis raíces y, a través de las grietas, el vértigo caerá por el acantilado de humo. Penetrados de ceniza los rostros desaparecen.







5 comentarios:

dediego dijo...

Tal vez se pueda compartir la ceguera. Sería una forma cómplice de ver.

costa sin mar dijo...

ayayayayayay!!!!

(palabrita del coment: catismil)

Anónimo dijo...

telepatía, quiero buscarte mañana

Ulises dijo...

Hay máscaras que son espejos, y rostros que no se pueden ver con ninguna luz. La certeza es un guerrero que te va cortando la carne minuto a minuto, hasta que dejas de tener fe. Y entonces, amas.

Carmen G. de la Cueva dijo...

con una cuchara arrancaba los ojos a los hombres y golpeaba sus latidos